"Me atrae ese horizonte blanco y vacío, allí siento la paz"

«Me atrae ese horizonte blanco y vacío, allí siento la paz»

ROSA M. TRISTÁN

El explorador polar Ramón Larramendi rememoró ayer, en una jornada de la Semana de Montaña y Aventura de Tres Cantos (Madrid), los momentos más importantes de sus 30 años de exploración, desde la inexperta y valiente juventud, cuando apenas contaba 19 años, hasta la actualidad, convertido en un reconocido aventurero y emprendedor a nivel internacional.

El evento tuvo lugar en el Centro Cultural Adolfo Suárez, en el que prácticamente no había un hueco libre para escuchar una experiencia vital que acompañó de las imágenes más emblemáticas de sus numerosas expediciones. Entre el público, algunos de los expedicionarios que le han acompañado en los últimos años, como Eusebio Beamonte (que realizó con el la 1ª Circunnavegación de Groenlandia 2014) y Vicente Leal (que ha formado parte de la última, Cumbre de Hielo Groenlandia 2016 y es autor del vídeo que se pudo ver).

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Larramendi rememoró sus primeros y azarosos años sobre el hielo, en los Pirineos, Islandia y Groenlandia, donde se aventuró en 1986 con apenas 20 años y cuatro amigos , sin tener prácticamente idea de los riesgos a los que se enfrentaban. «Tan sólo habíamos leído algunos recortes de revistas. Entonces no había internet ni forma de contactar con personas más experimentadas en rutas por Groenlandia. Estuvimos a punto de dejarlo, y sufrimos congelaciones tremendas, pero al final lo logramos llegar al objetivo», recordaba. «Hicimos 700 kms en 55 días. ¡Seguro que fuimos los más lentos de los que había noticia!», ironizaba.

Sin embargo, en aquel viaje conoció a un groenlandés que le animó a viajar de nuevo a Groenlandia, a conocer esa extraña isla más profundamente. Y no se lo pensó mucho. Al año siguiente volvió varios meses con un amigo. «Fue ahí donde tuve contacto con los trineos de perros, que no era capaz de manejar, y donde una noche mirando un mapa del Ártico imaginé lo que sería viajar por todo ese territorio, de Groenlandia hasta Alaska, sin ayuda externa».

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De la imaginación a la realidad, es necesario el soplo de la pasión por la aventura y Ramón lo tenía desde que un día, adolescente, cayó en sus manos un libro sobre exploradores polares. «En  1990, con cinco amigos, me embarqué en esa expedición Circumpolar imaginada en un mapa, la última realizada por el ser humano de esas características, sin móviles, sin GPS, guiándonos por una brújula y el sol. Fueron tres años duros,  y hubo momentos muy difíciles en los que estuvimos a punto de abandonar, pero seguimos hasta al final, hasta completar 14.000 kilómetros».

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Congelaciones.

Mientras iba relatando detalles, recuerdos de esa soledad inmensa que sólo en regiones polares se siente, nadie en la sala se movía del sitio. Pasó luego a recordar su primer viaje al Polo Norte Geográfico con Al Filo de lo Imposible de TVE, con tan sólo 27 años. «Fue en esos días de caminar y caminar, con temperaturas gélidas, sin nada en el horizonte, cuando para distraerme comencé a pensar en opciones para no cargar tanto peso como el que llevábamos, y pensé que la solución estaba ligada al viento y a cometas que lo convirtieran en energía para poder mover un trineo».

El germen de esa idea, sembrado en condiciones extremas, fructificó después gracias a su dedicación y al apoyo de sponsors que le permitieron probar, a lo largo de 16 años, los diferentes prototipos del Trineo de  Viento en una decena de expediciones  por Groenlandia y por la Antártida.

A casi todas ellas dedicó un espacio en su intervención, hasta llegar a la última, la de la pasada primavera, ya con un diseño prácticamente definitivo del vehículo Trineo de Viento,  y ya convertido en una plataforma para la investigación científica.

Fueron numerosas las preguntas del público, deseoso de conocer los detalles de la vida en mitad de la nada, las dificultades en mitad de las ventiscas o cuando el deshielo amenaza una travesía. Fueron tantas que al final hubo que cortar porque el Centro Cultural cerraba sus puertas y casi todo el mundo estaba pegado a los asientos, con pocas ganas de salir de los inaccesibles polos para regresar a la cotidianidad de las calles y las tiendas, del tráfico y las luces que tapan las estrellas.