Encuentro 'histórico' en el hielo

Encuentro ‘histórico’ en el hielo

IGNACIO OFICIALDEGUI

Ayer, hacia las 18:30 UTC (20:30 en España peninsular), tuvo lugar el relevo de tripulación del Trineo de Viento WINDSLED. Las horas anteriores fueron muy tensas para todos. Habíamos acordado el punto de encuentro con el helicóptero a casi un grado de latitud, unos 100 Kms, del punto donde nos encontrábamos el día anterior; el piloto no aceptaba adentrarse más allá en el Inlandsis y el parte decía que teníamos una ventana de 24 horas de meteorología adecuada. Pasaron 12 horas -era mi turno junto con Hilo y Vicente- con calma y vientos contrarios a nuestra marcha que utilizamos para dejar el trineo lo mejor preparado posible para el golpe de mano crítico. También realizamos una extracción de hielo a casi 10m de profundidad, pero no me voy a extender ahora en este interesante ejercicio.

En una situación de alta desesperación. Repentinamente, el viento paró del todo y poco después empezó a tontear en diferentes direcciones. A  los 10 minutos pareció que rolaba a nuestro favor, muy suave, levantaba la cinta de seda que, atada a la empuñadura de un bastón de ski, que usamos como anemoveleta. Y era la hora de cambiar el turno de navegación.

Los tres magníficos nos retiramos a comer algo y descansar en la tienda y dimos paso al Dream Team de Karin, Nacho y Ramón que apuraban cucharadas de mantequilla y ampliaban capas de ropa después de una horas de sueño. Levantaron la cometa de 80 m2 a duras penas; el trineo crujía contra la nieve, arrancaba sus dos toneladas, se paraba, arrancaba, se paraba….El nerviosismo no nos dejaba dormir. Finalmente caí rendido -me desperté algunas veces en mi duermevela- y durante casi 10 horas consiguieron mantener la cometa en el aire avanzando como un caracol, una paliza y un arte.

Finalmente el viento paró y la cometa se fue al suelo. Todavía en “pijama”, sin ponernos traje de faena , salimos de la tienda para intentar ayudar a reanimarla, hacer cambio de cometas, recorrerlas , ponerlas…Era un trajín de idas y venidas por la línea de 300 metros que nos une con el cielo. Pero nada, el tiempo corría en nuestra contra y el punto de encuentro estaba todavía a 60 km.

Decidimos contactar con Manolo Oliviera, que esperaba en Tasiilaq junto con Miguel Herrero y Malik Milfeldt, los tres nuevos miembros de la tripulación. Manolo fue a informar y negociar con el piloto una posible solución. Hora y media de tensión a la espera de un mensaje por satélite Iridium. Nos preparábamos para las malas noticias tomando unos pintxos de bacon y jamón frito que Hilo nos iba cocinando y sirviendo como en un restaurante de lujo verdadero. Ya me había mentalizando de pasar unos cuantos días más en el hielo cuando sonó la voz de Ramón desde dentro de la tienda de la locomotora: “El piloto acepta entrar hasta el punto donde nos encontramos”. La alegría fue inmensa. Todos lo celebramos con gran emoción. La contrapartida iba a ser la limitación en el equipaje que suponía apurar la autonomía de vuelo. Pero no le dimos ninguna importancia, ya apañaríamos como fuera. El trineo se convirtió en una revolución. Todos sacábamos y metíamos en las tiendas cosas y petates intentando optimizar lo que nos llevábamos y lo que dejábamos. Había que tener cuidado de que el helicóptero no llegara con todo patas arriba y lo lanzara por los aires al aterrizar.

Alguien vio un punto a lo lejos, luego el ruido del rotor, un momento siempre mágico. Y todo se aceleró, ya estaba encima… Se posó en el helipuerto perfectamente diseñado por Nacho con su marca y su manga para ver la dirección del viento. Un encuentro “histórico” en el hielo. Abrazos, fotos, historietas, cargar el equipaje… Nos tenemos que ir.

No tengo tiempo en este momento, que ya vuelo hacia Reykjavik, para extenderme con este capítulo del cambio de turno, seguro que algún compañero nos cuenta más.

Los motores volvieron a sonar, y se me encogió la piel. Tenía margen para hacerlo después de la liposucción de estos días. Y comenzó la fase mejor y peor de toda la expedición, la que afortunadamente reformatea el cerebro y borra de un plumazo todos los momentos más difíciles.

En menos de un minuto estaba sobre el Inlandsis. Pocas cosas son comparables con volar por encima de una superficie profundamente blanca de millones de kilómetros cuadrados después de -además- haber formado parte de ella, aunque sea como un ente matemáticamente inexistente, diluido hasta un infinito que, por otra parte, había cruzado de lado a lado. Esta sensación ya la había tenido en las expediciones a la Antártida.

Estaba agarrotado, apretaba la cabeza sobre el petate que llevaba encima y me cortaba la circulación en las piernas, necesitaba contener lo que salía del cerebro y de la tripa. Me brotaba agua de los ojos sin control que se represaba en las gafas. Blanco, blanco, blanco, parecía imperturbable, las hileras finísimas de sastrugis tatuaban la dirección de los vientos, una especie de canon de la belleza, de lo imperturbado, de lo que son las cosa incluso antes de que la propia naturaleza las transforme.

Han sido muchos días, han sido muchos kilómetros por hora, muchas calorías de vida dejadas. Por un lado, te quieres quedar, no abandonar aquello; por otro, solo piensas en salir de allí. El Inlandsis parece totalmente ajeno a nosotros, ni se entera que estamos.

Al poco rato aparecen líneas, grietas de kilómetros de longitud que empiezan a avisar de que el inmenso glaciar de tamaño continental se empieza a rendir a la gravedad que lo empuja al mar. La sensación de fuerza, de poder es colosal, es una losa de más de 2.000 metros de espesor y 2.000 kms de longitud que se parte como una galleta. Más adelante aparecen campos de grietas aún más anchas y profundas, hasta el infinito de la vista, y finalmente lagunas de agua en la superficie del hielo con un color turquesa sobre fondo blanco que no existe en ninguna planeta, que va cambiando de brillo cada segundo conforme variamos nuestro ángulo. Luego llegan los nunataks, más tarde los vertederos finales de hielo al mar, cada vez más grisáceos, arrugados, dramáticos. Frentes de kilómetros de toneladas de hielo y piel de la tierra que se ahogan en el mar, en una costa de roca oscura que sale del agua y que no dejaría salir de ella. Islas, lagos, penínsulas, fiordos, bahías, picos inescalados cuyas cumbres rozamos… Bueno, esto hay que verlo.

Pero eso no era lo que verdaderamente me desbordaba, tan sólo la capa base. Lo que me estremecía hasta reventar era haberme despedido de Ramón y de Hilo y estar saliendo de allí con Vicente, con la tarea hecha. Todo ha sido, como siempre, «muy fuerte”, pero lo más intenso; sin duda, ha sido ver al maestro Larramendi de nuevo en acción y haber cumplido con lo establecido en intensa y nueva relación con mis compañeros de turno.

El hielo no me ha dejado compartir tantas horas con Karin y con Nacho como me hubiera gustado, haber aprendido más de ellos. No obstante han sido muchas y muy buenas, pero creo que me he perdido mucho en ese sentido y me da mucha pena. Los seis hemos formado un EQUIPO con mayúsculas. Hemos trabajado por el mismo objetivo, hemos respetado los objetivos parciales de cada uno y colaborado con ellos en la medida de lo posible. Las situaciones no son fáciles, menos para seis personas en seis m2 y ha sido impresionante como se han preocupado todos por mí.

Los días que he pasado junto a Vicen e Hilo peleando con el hielo, el viento, las cometas, la desesperación, la impotencia, las alegrías extremas, los sobres de liofilizados, el pan de Wasa con mantequilla, el repertorio esperpéntico de canciones del ayer, las carreras sin aliento detrás de la cometa, las risas, también sin aliento, en medio de la nada… No los voy a poder olvidar nunca y es lo más doloroso de aquella partida.

Que días! Que tíos! Es un recorrido concentrado por la vida y por los sentimientos.

Como no creo que escriba más, quería despedirme de unos pocos en representación de muchos: gracias Doctor Michel, por suerte no hemos tenido que llamarte; gracias Natxo, por los apretones eléctricos de última hora; gracias Juanma, por estar por ahí (no hemos acertado con el títulos “Nosunnowind expedition”); gracias Ramón, por hacer que siga existiendo un espíritu de superación , de vuelta de rosca de las cosas simples y básicas de la naturaleza, por hacer que todo esto ocurra; gracias Karin y Nacho, por hacernos volar kilómetros, por darnos tranquilidad y amabilidad; gracias Manolo por todo el esfuerzo para el relevo perfecto, gracias WINDSLED por haber funcionado, llevando nuestros destinos y con todas las tareas hechas. ¡Esto funciona!

Gracias Hilo y Vicen. Sin palabras.

Gracias Celina por hacer que todo esto me pase a mí.

Ignacio Oficialdegui

15 de Junio 216